DE MARCHA POR LA GALINDA
El próximo día trece vamos a intentar de nuevo una preciosa y tradicional ruta por las proximidades de Navahermosa. Esta marcha, asequible y sin grandes dificultades, que en alguna ocasión tuvimos la fortuna de recorrer perdiendo las sendas bajo una espesa nevada, discurre casi en su totalidad por el entorno de la sierra de la Galinda con el encanto de sus suaves lomas, sus laderas de jara y quejigo o las umbrías de las Nacientes y el tranquilo discurrir junto a los robledales o los pinos que bordean el Marlín. La ruta, además de su belleza, nos reserva un par de tesoros, no por conocidos, menos entrañables que forman parte de la historia y la vida misma de los Montes de Toledo.
Sin duda, una de estas joyas, la más conocida y altiva, son los restos del castillo de Las Dos Hermanas. Obra de traza árabe, según Moreno Nieto. Este bastión aún orgulloso se alza sobre el espolón roquero más occidental de los dos riscos “gemelos” a los que probablemente debe su nombre, y domina los llanos que se extienden desde la misma falda de La Galinda para alejarse hacia las tierras de Montalbán y el río Tajo.-.
Como todo castillo que se precie, el de Las Dos hermanas no carece de su leyenda que, en esta ocasión se disputa con los riscos el honor de dar nombre al castillo. Parece ser que dos maravillosas hermanas moras habitan todo el año en el castillo y su entorno, dejándose ver solamente en algunos momentos de la noche de San Juan. No he conseguido saber el motivo del encantamiento pero seguro que por ahí habría un mago Merlín enamorado que, celoso de algún joven pastor, las dejó eternamente suspendidas de su leyenda y firmó la hazaña dando su nombre al río. (el verdadero nombre del Rio es, sin duda, Marlín, pero tampoco es cuestión de estropear el cuento por una vocal.)
El aparejo de las ruinas se compone, a decir de los expertos, de mampuestos pequeños unidos con mortero de cal, y ello me sirve de pretexto para centrarme en otra de las protagonistas de la ruta, más humilde y escondida pero seguramente con más influencia en el devenir del pueblo de Navahermosa: Las caleras.
La Cal, ese oxido de calcio que se obtiene como resultado de la calcinación de las rocas calizas o dolomías (Wilkipedia dixit), ha estado junto al hombre desde la más lejana prehistoria y es muy plausible la idea de que su descubrimiento accidental tuviera lugar casi al mismo tiempo en que se consiguió dominar el fuego. Esta cal tiene un enorme peso en la economía de los pueblos, con usos tan diversos, y a veces tan inesperados, como la cosmética, los desinfectantes, en artes decorativas, como fertilizante, para revestimientos, para estabilizar suelos ácidos y hasta forma parte de los modernos dentífricos; sin embargo en la España rural hasta bien entrado el siglo XX su principal función fue la de de formar parte de resistentes morteros, usados como argamasa y revestimiento de paredes o, en su forma más pura, para blanquear (encalar) exteriores e interiores de las viviendas. Aún recuerdo nítidamente el “ca… pa’—nnncaláááá…” (Cal para encalar) que pregonaban por las calles los vendedores ambulantes, los calcineros o caleros, en los pueblos andaluces, y el gozo infantil de remover los terrones para “apagar” la cal que, hirviendo, se deshacía en el líquido de un blanco puro con el que una vez al año se encalaban puntual y primorosamente las fachadas. Tan grande ha sido su importancia económica que hasta destacados yacimientos arqueológicos se han visto expoliados de sus mejores columnas y capitales de mármol para ser usados en la fabricación de tan preciado elemento. (Un ejemplo cercano lo tenemos, probablemente, en Guarrazar).
Las caleras de Navahermosa están en la falda norte de La Galinda y nos encontraremos con ellas a poco más de media hora de nuestra excursión. El conjunto está formado por la oquedad apenas visible de la antigua cantera y un puñado de hornos, la mayoría muy deteriorados, pero alguno de los cuales todavía pueden darnos una idea bastante exacta de cómo se fabricaba la cal. El conjunto es una lección de aprovechamiento y economía: Los hornos se construyen frente a la bocamina para economizar en el transporte de material, mientras se aprovecha el desnivel de la ladera para hacer más fácil su construcción y acceso. Al mismo tiempo que la abundantísima jara de la sierra asegura el imprescindible combustible para el cotidiano milagro de la calcinación en la que faenaba toda la familia con la colaboración de vecinos o amigos. La contemplación de la arruinada cantera y el deterioro creciente de los hornos, nos va a dejar un poco de regusto amargo al ver como va desapareciendo este trozo de vida sin que parezca haber el menor interés en conservarlo.
Bueno, enseguida nos animaremos por la preciosa subida entre bancales de pinos de repoblación y jara que nos llevará a cruzar de sur a norte la sierra para bajar al collado de El Portachuelo desde donde, tras nuestro tradicional descanso nos iremos a Las Nacientes, al pie de la Sombrerera y de donde parte una canalización de agua hacia Navahermosa. Realmente este recóndito paraje, es el lugar de nacimiento del Arroyo del Castillo que junto a la vetusta fortaleza va a morir o a confundirse en el Marlín el cual terminará unido al Arroyo del Pueblo, luego del Mimbre y del Guijo, para terminar haciéndose subsidiario del Cedena allá por tierras de Montalbán… pero eso ya es otra historia.