Hay vida debajo del asfalto. Solo hace falta regar un poquito.


El comienzo de un nuevo año siempre es un momento para los buenos propósitos, así que no se nos ocurre mejor ocasión para compartir una breve reflexión sobre cómo estamos construyendo Toledo, cuál es el futuro que nos espera si seguimos transitando por el mismo camino, y qué podríamos hacer si este futuro no nos gusta. Para ello partiremos de un dato que resume mejor que ningún otro nuestra situación: De acuerdo con el último censo de población y vivienda, Toledo es la ciudad española de más de 50.000 habitantes en la que más se usa el automóvil privado para ir al trabajo.

Es posible que a algunos les parezca glamuroso ¡Toledo se parece a Hollywood!, pero ¿de verdad queremos pasarnos la vida dentro de un coche para ir y venir al trabajo, llevar los niños al colegio, a las actividades extraescolares, al centro comercial o al gimnasio, mientras nuestros ahorros colectivos, y los de nuestros hijos,  se invierten en rondas, rotondas y gigantescos aparcamientos colectivos?

 

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La ciudad de las tres culturas milenarias ha acabado viviendo en el asfalto y los  datos del INE sobre movilidad son la prueba definitiva de nuestro fracaso, pero no se trata de un castigo divino, sino del resultado de una serie de actitudes y políticas públicas o privadas más o menos conscientes (o de la falta de ellas), que lejos de corregirse están entrado en una espiral que se retroalimenta cada vez a mayor velocidad conduciendo a la nuestra ciudad hacia su disolución.  Nos referimos, por ejemplo, a la tendencia a vaciar sucesivamente el centro urbano huyendo hacia periferias cada vez más alejadas en busca de paraísos ficticios,  a las subvenciones indirectas del uso del automóvil socializando los costes de esta huida construyendo autovías urbanas y aparcamientos gratuitos, al negocio fácil de la promoción inmobiliaria en territorios vírgenes en lugar del mucho más laborioso de rellenar vacíos, renovar o sustituir edificaciones, a los continuos cambios de ubicación de centros de trabajo como consejerías u hospitales sin tener en cuenta el lugar de residencia ni las necesidades de movilidad de los trabajadores, a la planificación sin tener en cuenta las redes de transporte público, a la obsesión por las grandes instalaciones y centros comerciales situados fuera de la ciudad como paradigmas de la modernidad sustituyendo a las redes de proximidad sobre las que se ha cimentado tradicionalmente nuestra cultura, a la excesiva protección de nuestros hijos que después de media vida viajando en el coche con sus padres en busca de una mejor educación son incapaces de marcharse de casa,  y por qué no, a cierta utopía arqueológico-paisajística que pretende conservar Toledo en una urna de cristal aunque sea a costa de desplazar a sus habitantes más allá del horizonte visual de la ciudad antigua.

A lo largo del siglo XX las ciudades tuvieron que adaptarse al automóvil para sobrevivir. En el siglo XXI lo que toca es justamente lo contrario, liberarse de esta dependencia antes de que el automóvil acabe uno de los pilares de la nuestra civilización: las relaciones humanas de proximidad  en un entorno seguro y amable para todas las edades y condiciones sociales.

Este año he pedido a los Reyes ideas para luchar contra la plaga del automóvil y me han llenado la cabeza de regalos. Por lo visto ellos también están hartos de tener que dejar sus camellos en oriente para moverse obligatoriamente sobre cuatro ruedas. Para empezar con cosas sencillas y por poner por ejemplo, me han dicho que echemos un vistazo a las iniciativas de caminos escolares seguros puestas en marcha en numerosos ayuntamientos, tanto en  España como en el resto de Europa, que animan a los niños a ir andando desde su casa a la escuela, o a los adolescentes a ir en bici al instituto, y han conseguido que en ciudades como Pontevedra más del 70% de los niños vayan andando al colegio aprovechando las idas y venidas para jugar y formarse como ciudadanos saliendo poco a poco del obsesivo paraguas protector del coche de sus padres. En Toledo mientras tanto, en lugar de organizar y proteger el recorrido de los niños se organiza el tráfico para que los coches de los padres puedan llegar con más facilidad a la puerta de los colegios.

 

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Vista la generosa respuesta de los Magos y estando en las fechas que estamos, también quiero hacer una petición para los futuros programas electorales que podría resumirse en un objetivo muy simple: diseñar las medidas necesarias para que Toledo deje en encabezar la lista de las ciudades españolas con mayor uso del automóvil para situarse aproximadamente en la media de las de su tamaño.  Si los demás se quedan como están, cosa difícil porque por ahí ya se están poniendo las pilas, esto significaría que uno de cada tres  desplazamientos que ahora hacemos con el coche tendríamos que hacerlo de otra manera. Espero que las cabezas pensantes de las distintas candidaturas estén llenas de ideas y que los candidatos estén dispuestos a llevarlas a la práctica, porque la disminución del uso del automóvil en los desplazamientos urbanos puede considerarse como una especie de prueba del algodón para verificar si determinadas políticas y actitudes son sostenibles o nos conducen al desastre.

Por último, también tengo que dirigirme a mis conciudadanos. El objetivo que estoy proponiendo es muy simple y podemos imaginar muchas medidas para avanzar en la buena  dirección, pero soy consciente de que la implementación de cualquiera de ellas no será sencilla porque en el fondo estamos hablando de  actitudes, sueños y anhelos individuales de muchos de nosotros que, al tratar de vivir cada día mejor, estamos haciendo inhabitable ese espacio común que es la ciudad. Paradójicamente,  la búsqueda compulsiva y permanentemente insatisfecha de los mejores lugares para vivir,  para trabajar, para comprar, para estudiar o para relacionarse, está acabando con todos los lugares, que acaban convertidos en aparcamientos y autopistas, así que no se trata únicamente de redactar un plan o un programa electoral, sino de que cada uno de nosotros reflexione sobre las consecuencias de nuestras actitudes y de que las administraciones públicas sean lo suficientemente valientes para dejar de dar azúcar al elefante satisfaciendo los deseos cortoplacistas de muchos de nosotros favoreciendo el uso del automóvil, y tiendan alfombras delante de los que, con su actitud, contribuyen al bienestar colectivo. Por eso es una buena idea empezar por los colegios implicando a las administraciones, a los padres, a los niños y a los profesores. Muchas ciudades ya lo están haciendo, y el futuro se lo agradecerá.

Toledo,  enero de 2019

Esta entrada se publicó originalmente en el blog «Hombre de Palo»

Tomás Marín Rubio

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